Luigi Solbiati, Professor of Radiology at Humanitas University, Milan

Tecnología y medicina: un diálogo que multiplica exponencialmente el aprendizaje mutuo

Luigi Solbiati, catedrático de radiología de la Universidad Humanitas de Milán

Luigi Solbiati, Busto Arsizio, Varese, Italia, 1952.
Catedrático de Radiología en la Universidad Humanitas (Rozzano – Milán) y radiólogo intervencionista consultor en el Hospital de Investigación Humanitas.

La investigación revela nuevas posibilidades al médico, quien a su vez pone de relieve las limitaciones prácticas de la investigación. Tras ello se renuevan los procedimientos y se verifican las intuiciones que pueden devenir ciencia. Hacia una medicina cada vez menos invasiva.

Como hijo de un médico apasionado por la fotografía y la cinematografía que eligió especializarse en radiología (totalmente en pañales por aquel entonces), decidí seguir el mismo camino por la misma razón: la pasión por las imágenes. Me fascinaba la posibilidad de ver dentro del cuerpo humano lo que no podía verse con los ojos y de intentar correlacionar esas imágenes con el historial médico y los datos clínicos de cada paciente. Yo también elegí ser radiólogo (o más bien especialista en diagnóstico por imagen) incluso antes de terminar mis estudios de medicina. Unos años antes de ir a la universidad, pasé de ayudar a mi padre y a los técnicos en radiología a revelar y fijar las radiografías en el cuarto oscuro –todavía no existían las reveladoras automáticas de películas– para vivir de primera mano la evolución más increíblemente rápida y fantástica del diagnóstico por imagen, probablemente la especialidad médica que más ha evolucionado en los últimos 50 años, gracias a la tecnología y –más aún– a la introducción de los ordenadores.

Hablo del nacimiento y tumultuoso desarrollo de los tres métodos de diagnóstico que revolucionaron el arte de «mirar dentro del cuerpo»: la ecografía, la tomografía computarizada y la resonancia magnética. Gracias a los crecientes avances tecnológicos y la continua mejora de la calidad de las imágenes mediante la interacción y comparación constantes entre radiólogos, ingenieros y técnicos, en los tres casos se ha «simplificado» gradualmente la obtención de imágenes, cada vez en menos tiempo y con menor necesidad de «colaboración» del paciente. Es fácil recordar cómo los primeros ecógrafos manuales requerían de 10 a 12 minutos y una perfecta cooperación del paciente para lograr un estudio adecuado del hígado, mientras que hoy uno o dos minutos son más que suficientes, incluso con pacientes poco cooperativos. También, cómo en realizar una tomografía computarizada (TC) del abdomen pasamos de tardar varios minutos a 3 o 4 segundos con cualquier tipo de paciente, o a menos de 2 segundos para explorar el corazón. Una de las principales dificultades resueltas por la tecnología es la reducción del espacio y el tiempo.

Si bien es cierto que la actual tecnología de diagnóstico por imagen puede revelar detalles cada vez más precisos, también lo es que, al final de cada procedimiento de diagnóstico, un radiólogo responsable del diagnóstico debe confeccionar un informe.

La actuación médica seguirá siendo siempre la base de cualquier acción concerniente al paciente. La máquina ofrece sugerencias y un universo de opciones, pero siempre es una persona quien valida la siguiente medida médica que se aplica a otra persona. El médico tiene unos conocimientos expertos y una sensibilidad contextual que trascienden los datos, incluso con ayuda de la tecnología. Solo el médico es capaz de actuar con la precisión necesaria al recopilar el historial del paciente (que suele desencadenar factores emocionales cuya gestión requiere destreza) y compararlo con datos y resultados de procedimientos efectuados por otros especialistas. Sin embargo, ello no impide que ni siquiera al mejor radiólogo pueda visualizar, describir e interpretar elementos ahora revelados por una tecnología cada vez más avanzada. La concienciación sobre estas limitaciones, unida al increíble desarrollo de la tecnología de la información, ha culminado con la introducción de la Inteligencia Artificial (IA) en la práctica clínica, cuya principal ventaja es que pone a nuestra disposición descomunales bibliotecas de casos. El ingente volumen de información procesable permite realizar simulaciones cruzadas y resaltar mejor los elementos diferenciadores respecto a imágenes consideradas normales, facilitando la identificación de patologías de visualización incierta incluso a los radiólogos experimentados y proporcionándoles una ayuda inestimable para formular el diagnóstico.

En la actualidad, la IA tiene importantes aplicaciones clínicas en mamografía, radiografía directa y TC de tórax, así como en ecografía de tejidos superficiales (tiroides y mama en particular), y pronto nos ofrecerá nuevas e interesantes aplicaciones.

Una vez más, ¿cuál es el objetivo de la IA? Simplificar. Las principales limitaciones para ampliar estas bibliotecas son las complejas normativas sobre la privacidad del paciente de diversos países, que complican la circulación de las imágenes de diagnóstico. La simplificación de estas normativas permitiría un significativo desarrollo de la IA.

Otro fantástico avance logrado gracias al progreso tecnológico es la asistencia al facultativo no solo para abordar el problema, sino también para tratarlo, guiando agujas, catéteres y otros instrumentos minúsculos por el interior del cuerpo para realizar intervenciones cerradas, sin necesidad de aberturas quirúrgicas. El futuro de la medicina anticipa prácticas cada vez menos invasivas, tanto para el diagnóstico como para el tratamiento. Cuando, allá por 1982, en el Hospital Busto Arsizio se nos ocurrió inyectar una pequeña cantidad de alcohol deshidratado en un gran adenoma paratiroideo de un paciente considerado inoperable para intentar esclerotizar los vasos sanguíneos del tumor, desde luego no pensamos que ese procedimiento aparentemente «simple», posible gracias a la ecografía en tiempo real y a un control visual preciso de la posición de la aguja dentro del cuerpo, abriría el camino a las terapias mínimamente invasivas. Simplemente continuamos el trayecto emprendido años antes por nuestros colegas angiólogos, que inyectaban el mismo tipo de alcohol en las varices para esclerotizar sin cirugía.

La idea genial fue aplicar el mismo tratamiento dentro de un tumor, controlando gradualmente el efecto sobre el tejido diana. Cuando, poco después en el Hospital de Vimercate, el Dr. Livraghi pensó en utilizar el mismo tratamiento mínimamente invasivo con hepatocarcinomas en pacientes cirróticos –patologías con una elevada recurrencia local en sujetos muy delicados–, fundó el cuarto pilar de la oncología: la oncología intervencionista, que se ha afianzado junto a la terapia médica, quirúrgica y radioterápica. Una vez más, la simplicidad combinada con el desarrollo tecnológico demostró su eficacia. Hoy en día, las terapias mínimamente invasivas conquistan espacios terapéuticos aún mayores, gracias a métodos cada vez más depurados y de gran rendimiento (radiofrecuencia, microondas, láser, crioterapia, quimioembolización, radioembolización, etc.) conducidos por tecnologías de guiado cada vez más precisas.

Esaote ha desempeñado un auténtico papel de liderazgo absoluto en este campo, al ser la primera empresa del mundo en apostar por fusionar en la sala de operaciones una técnica en tiempo real (la ecografía) con métodos de exploración estática amplia con capturas previas (TC, resonancia magnética - IRM, PET-TC), para alcanzar con precisión dianas que son parcialmente o nada visualizables con ultrasonidos y, a continuación, proceder a su tratamiento mínimamente invasivo. No obstante, existen condiciones patológicas no visibles mediante ecografía en órganos (pulmón, hueso, etc.) o en pacientes no aptos para la fusión de imágenes. En estos casos, el guiado de las terapias mínimamente invasivas solo es posible mediante TC, lo que implica una importante exposición a radiación, no tanto para el paciente como para los operadores que deben realizar con frecuencia estos procedimientos.

Para estas situaciones también se está encontrando una solución simple en forma de realidad aumentada, es decir, la superposición precisa en tiempo real de la realidad física con la realidad virtual, obtenida previamente mediante exámenes de TC o IRM, y observada a través de gafas que permiten al operador ver los órganos y dianas en 3D. Además, al vincular las gafas del operador con monitores externos, ya sea situados en la misma sala de exploración o a mayor distancia, estudiantes, residentes y demás personal podrán observar la investigación con la misma precisión que si estuvieran junto al operador.

En conclusión, la integración cada vez más avanzada de experiencias médicas y de investigación en distintas partes del mundo está generando oportunidades exponencialmente para adquirir una visión amplia y encontrar soluciones que simplifiquen la vida de médicos y pacientes. La investigación tecnológica nos permite despejar muchas incógnitas sobre el cuerpo humano y su funcionamiento, haciéndonos ser más y más conscientes de que podemos incrementar nuestro potencial de actuación y modernizando los procedimientos para que sean cada vez menos invasivos. Ello nos brinda la oportunidad de imaginar nuevas trayectorias, porque nos da capacidad (tanto temporal como psicológica) para evaluar alternativas, incluso en caso de emergencia, y para poner a prueba nuestra intuición, incluso fuera de lo convencional.
 

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